10.05.2009

Marianne

Hace frío, nadie me escucha, soy un fantasma entre fantasmas. El panorama son líneas interminables de personas, de zombis. Nadie voltea a verme, es como si yo no estuviera aquí y escucho murmullos, murmullos por todos lados, pero nadie mueve la boca, nadie habla y ese murmullo que no cesa. Solo quiero salir de aquí y es que no es miedo lo que siento, es solo esta desesperación, este sentimiento de pérdida, de vacío, de soledad.

I

El cuerpo que yace en la cama gira de un lado a otro, con desesperación, aunque nada en la habitación pudiera ser la causa, es tan sólo una recamara común en una casa común, en una ciudad cualquiera. Quince minutos después de las siete de la mañana un despertador común deja sonar una alarma común y hace que el cuerpo desesperado deje de estarlo. Una cabellera rizada de un tono café oscuro se agita cuando el cuerpo cobra una posición erecta, el pesado cuerpo de ochenta kilogramos se mueve con pesadez hacia la regadera, unos ojos castaño oscuro posan la mirada en las mamas pequeñas y paradójicamente caídas a través de un espejo, después la deslizan al abultado abdomen fruto de años de inactividad y malos hábitos alimenticios, para después recorrer cada una de las curvas que van desde la gorda cadera hasta las más gordas piernas, al final los ojos se ven así mismos, se notan cansados y algo vacíos, no se puede reflexionar sobre nada cuando la mente se centra en los defectos del cuerpo.
La sensación del agua caliente sobre la piel desnuda logra alejar el sentimiento de rechazo propio, para dar paso al estúpido entusiasmo de cada día, ese tipo de entusiasmo que crea fantasías de amor y felicidad eterna que mueren al llegar al fin de otro monótono día. La pesada mano cierra la llave del agua y el sonido cesa, con cierta emoción los ojos antes cansados, buscan el atuendo perfecto para el día, nada especial se espera, pero nunca nadie sabe que ha de pasar en un día común, al menos eso es lo que piensa la dueña de los pensamientos.
Al Salir a la calle, la mañana es gris, el cielo está cerrado y hace frío, ni el pesado abrigo es suficiente. Las carnes debajo de la ropa tiemblan. La mujer camina entre las interminables filas de gente que a pesar del clima ha salido a hacer las compras de las fiestas decembrinas.
El bullicio en las calles, el ruido de la gente al caminar, los grandes letreros de los aparadores, los villancicos que suenan en las tiendas, el olor de la calle sucia, que se acentúa con la humedad del ambiente y la sensación de inhabitar en esa realidad hace que Marianne se maree, pierda el equilibrio y caiga pesadamente de rodillas. Aunque la caída ha sido aparatosa y acentuada por el gritillo agudo de Marianne al caer, nadie lo ha notado. Marianne voltea desconsolada a las personas que pasan a un lado de ella, sin prestar atención al incidente; ni la mujer de traje sastre y teléfono en la mano, el joven de pantalones aguados y audífonos en las orejas que está en espera del transporte público o el hombre de la tienda de ropa que sale para limpiar el aparador. Todos siguen en sus actividades, nadie la mira. Marianne se levanta con dificultad, se limpia las rodillas con las manos, saca un pañuelo y limpia las pequeñas manchas de sangre de las palmas de la mano y mientras lo hace una discreta lagrima brota de su ojo derecho, más que por el dolor físico es por la sensación de desvalío.


II
Marianne camina por las calles de la ciudad, mirando aparadores; reflexionando sobre la navidad y su significado mientras observa como la gente se pelea por objetos en oferta, como se refleja en los rostros la preocupación al no encontrar el objeto deseado o al no contar con el dinero suficiente y llega a la conclusión de que la navidad no es más que un sistema de control de los grandes mercados mundiales; que el amor, la paz y el compartir no son más que slogans para vender de mejor manera su producto. No tiene caso celebrar algo que es una farsa. Marianne no pretende entrar en el juego del mercado y decide no comprar todos esos productos que hacen de la navidad la época más “feliz”. Más en el fondo ella sabe bien que la verdadera razón de no festejar la navidad o de comprar regalos es porque no tiene a quien dárselos, aunque de cierto modo está fue sido su decisión que tomó cuando se salió de su casa para no volver, cuando dijo adiós a sus padres por última vez.
Marianne se detiene un momento y recuerda a sus viejos, siente melancolía pero no piensa regresar con ellos, y no es que la hayan tratado mal, es solo que se sentía asfixiada por esa rutina, no soportaba la idea de terminar como ellos, de convertirse en un mueble junto con todos los demás que no hacían otra cosa que envejecer. Un escalofrío la sacude de repente y de golpe se borran las imágenes que la hacían regresar a sus años de juventud; porque aunque Marianne no pasa de treinta años, su actitud y su aspecto son de una persona mucho mayor.
Marianne regresa de golpe a la realidad cuando un vacío en el estomago le indica que es hora de comer. Decide entrar en un supermercado para comprar los víveres necesarios pues no tiene ánimos de comer en un restaurante y socializar con extraños. Cuando entra, el sofocante calor producto de la calefacción le golpea el rostro y hace que su cuerpo comience a sudar; se quita el abrigo con desesperación y lo arroja al carrito con cierto desprecio.
Mientras camina por los pasillos de la tienda en su cabeza hace una lista de las cosas que hacen falta.
Cuando llega a la caja los productos que pasan por la banda móvil son todos dietéticos o sintéticos, desde el sustito de azúcar hasta la carne de soya texturizada.
Cuando está por dejar la tienda un joven de aspecto extremadamente cuidado, voz varonil y cuerpo atlético la detiene. Por un momento su corazón late deprisa, se queda sin nada que decir con expresión de estúpida; mientras en su cabeza una ágil imaginación comienza a pensar en una cita juntos; es el mismo joven quien la saca de su estupor.
–Disculpe señora, pero se le olvidaba está bolsa
–¡Ah! Gra...gracias, es usted muy amable. Me pregunto como se lo puedo agradecer.

Mientras Marianne espera respuesta el joven recibe una llamada a su celular y corta la frase de Marianne para ignorarla por completo y perderse entre la gente. Marianne se siente una completa y total estúpida, intenta salir lo más rápido posible, mirando a todos lados para cerciorarse de que nadie fue testigo de su estupidez.

III
Marianne está sentada en su mesita del comedor frente a un plato vacío que antes contenía ensalada. Su estomago no está satisfecho con la comida, pero Marianne lo castiga y se rehúsa a comer más.
Para olvidar el hambre y mitigar los sonidos de la calle, que está noche son especialmente molestos debido a la cantidad interminable de patrullas y ambulancias que se necesitan para atender todos los desastres característicos de la temporada, enciende su estéreo y sube el volumen al máximo. Un suave jazz invade el pequeño departamento. Marianne prende un incienso con olor a vainilla y se sienta en su sofá, cierra los ojos y comienza a reflexionar, intenta perderse en sus pensamientos, pero la sensación de que ha olvidado hacer una tarea la perturba; después de intentar recordar que es, se da cuenta de que no ha terminado de enviar la respuesta a un amigo del internet sobre una discusión acerca del amor a distancia.
Se acerca a su computadora y mientras el monitor enciende espera encontrar a su gran ciberamigo, un chico de la ciudad vecina que aún no ha tenido oportunidad de conocer, pues él está siempre tiene cosas que hacer cuando quedan de encontrarse en algún lugar. Marianne no puede evitar pensar que el no la quiere conocer y que mantiene contacto con ella solo cuando no tiene nada que hacer a media noche.
Cuando abre su correo se da cuenta que no tiene noticias de él y que no está en línea; aún así decide terminar el borrador que había dejado pendiente con la discusión sobre el amor:

El amor es amor, y no importa la distancia, cuando se tiene compromiso e ilusión con el ser amado.
Claro que el amor a distancia es posible, yo creo en él y estoy convencida que es posible.
Es está mi conclusión, aunque claro que se queda corta por el medio, si pudiéramos hablarlo en persona seguro que sería mucho más enriquecedor. Espero encontrarte pronto en línea, ya se que has estado muy ocupado, pero en verdad me haces falta, te extraño mucho, por favor no te olvides de esta simple mortal.
Ya sabes que aquí estoy para lo que necesites.
Mucho besos y todo mi cariño:
Marianne.

Apaga la computadora y se deja caer sobre el respaldo de la silla con desgano, no sabe que hacer. Se siente cansada, aturdida, aburrida. Es por eso que odia los días de descanso, por lo menos cuando está en el trabajo no tiene tiempo de pensar en tonterías, de pensar y de todo lo que esto acarrea.
Necesita olvidarse de sí misma, y relajarse, así que pone algo de música sen y adopta la posición de la flor de loto sobre la alfombra de la sala. Una imagen bastante graciosa, pues aunque es bastante torpe y redonda de formas tiene elasticidad, pero la imagen que resulta al adoptar la posición de yoga es muy irrisoria.
Cierra los ojos e intenta meditar, pero no consigue olvidarse de sí misma, por el contrario, el yoga hace que reflexione sobre su vida y sobre todo lo que está mal en ella. Pero está vez la reflexión no la hace deprimirse, sino por el contrario, la estimula para intentar una renovación. Se dice así misma que aún no es tarde para enmendar los errores y que para una vida nueva solo se necesita actitud.
Convencida de eso, se levanta del piso, no sin cierta torpeza y se dirige a su recamara. Se pone la pijama y se acuesta debajo de las cobijas, pero no tiene sueño, no puede dormir. Apenas son las nueve y cuarto de la noche, y aunque se siente cansada, es su mismo cansancio el que no le permite dormir.
De pronto cae en la cuenta de que nada sirven todos eso ánimos tan repentinos, cambios en su vida ha intentado muchos, desde comer sanamente, hacer yoga, ejercicio, e incluso intento ser anoréxica. Lo que tiene que hacer es reencontrase a sí misma, conocerse, aceptarse.
Se levanta de la cama se dirige al espejo de cuerpo entero que tiene en el baño, se desnuda poco a poco, como si quitara las capas del regalo más preciado. Con la mirada sigue cada uno de los movimientos de su mano y de su ropa. Cuando queda completamente desnuda su mirada recorre el cuerpo obeso y flácido, pero ahora no repara en los detalles que antes le molestaban, sino que busca cosas que le agraden, la redondez de sus pezones, la curva donde termina la espalda y comienzan las nalgas, la tersura de su piel.
Mientras observa con delicado cuidado el tiempo pasa y ella no se cansa de mirarse.

IV
El día es frío como los anteriores, pero hoy hay sol, hay gente en la calle, pero el bullicio es mucho menor cuando son días de trabajo. Marianne sale de su casa, la mirada refleja cierto brillo y entusiasmo, incluso una leve sonrisa se esconde en sus labios. Entra en una cafetería, se sienta en una mesa junto a la ventana y mira las noticias en el televisor, los acontecimientos no son alentadores, un derrame de petróleo en la costa, un chico muerto a balazos por militares y miles de damnificados por el clima; Marianne mira las noticias sin mostrar empatía, se encoge de hombros y termina su café de un sorbo.
Cuando sale de la cafetería una anciana la detiene para pedirle un poco de comida pero Marianne solo la ignora mientras camina a la calle para tomar el transporte público, mientras va subiendo escucha que la anciana gime, pero no voltea para verla, mientras busca lugar para sentarse mira a la anciana en el piso justo en ese momento un niño se levanta de un lugar para moverse a donde está su madre, Marianne ocupa su lugar, saca sus audífonos y se enchufa a Jorge Drexler y su Disneylandia.

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