De pronto lo vi, en medio de aquella gran maraña de encajes,
motitas y colores brillantes; un hermoso
brassier azul, de media copa, con listones de seda al frente, tirantes exageradamente delgados, de un tejido hermoso. Me acerque a él, lo tomé y al instante me imaginé el momento justo en que
meterías los dedos entre los tirantes y mi piel, besando al mismo tiempo mi cuello, tu respiración profunda, calmada; y la mía nerviosa, desesperada, agitada. Primero
deslizarías uno de los tirantes para besar mi hombro, después el otro. Con tus
cálidas y gigantes manos,
buscarías por debajo del
brassier mi pequeño seno, jugarías unos segundos con mi pezón y justo en el momento en que mi cuerpo pidiera más, lo dejarías. Con esa delicadeza que te
caracteriza, y con esa paciencia que me
desespera. B
esarías entre mis pechos, y por encima del
brassier, me morderías cada uno,
tomándote tu tiempo, como
quien realiza una tarea que necesitase de extrema
meticulosidad. Me tendrías a tu merced, jugando con cada uno de los pliegues de mi ropa interior,
recorriéndolos con tus dedos, acariciando indirectamente mi piel,
haciéndola sufrir por ser presa aún del encaje azul. Me tendrías
suplicándote quitarme de una vez el
brassier y dejarme
completamente a merced tuya. Pero tu, implacable,
seguirías torturandome, bajando un poco la copa para dejar escapar "por accidente" mi piel, para
después acomodarlo de nuevo.
De golpe regresé a la realidad, sintiendo la respiración entrecortada y un ligero calor en la entrepierna. Lo tomé decidida y fui hasta la caja para pagarlo. Llegué a casa y sentí la irresistible curiosidad de vermelo puesto, pero la idea de estrenarlo contigo fue aún mayor.
Los días pasaron y la sorpresa aguardaba en el rincón de mi closet esperando por ti.
Los meses pasaron y las cosas fueron de caída. Primero una semana sin saber de ti, un mes, dos, tres.
Y hace una semana, justo cuando me disponía a deshacerme de él, a cortarlo en pedacitos, a descargar en él la furia que sentía por ti, sonó el teléfono. Las frases de mi interlocutor, fueron claras, cortas y directas. Dejé caer el teléfono y mi humanidad cayó junto con él.
Ahora no sé que hacer con él, ya no tiene razón para estar en el fondo del closet esperando por sorprender a quien ya no puede ser sorprendido, ambos estaremos a la espera eterna de sentir esas manos, esa respiración, esa piel. Ahora no sé que hacer con él, como no sé qué hacer conmigo, ni con esto que está guardado en el fondo de mi corazón, justo como el brassier en el fondo del closet.