2.04.2016

Esmeralda

El reloj marcaba las tres menos quince de la tarde.
Ella retocaba los últimos detalles de su maquillaje, no es que hubiera mucho que mejorar, ya había hecho todo lo posible por borrar de su rostro las marcas del insomnio y el cansancio de vivir.
Su estómago carecía de volumen, sentía dentro un globo que se inflaba cada vez más llenándola de helio; sentía que en cualquier momento comenzaría a flotar y no se detendría hasta llegar a las nubes.
Era hora, si no se apresuraba llegaría tarde, y esa idea le molestaba, la puntualidad era demasiado importante para ella.
Cogió su bolsa de mano y el pequeño tulipán azul y salió de casa.
A las tres en punto de la tarde estaba en el lugar acordado, buscando entre la multitud que ese sábado abarrotaba la plaza, por un rostro que le resultara familiar, pues era lo único que conocía con certeza de él.
Sus ojos viajaban de una figura masculina a otra, del chico viendo relojes costosos al hombre que leía sentado mientras bebia una taza de café. Ahí no había nadie, al menos nadie que correspondiera al rostro que ella conocía.
Caminó un poco alrededor, tratando de perder la sensación de cosquilleo del cuerpo, viendo en los escaparates, intentando no pensar en el por qué de su reunión.
Se perdió en sus pensamientos, en sus miedos, en sus nervios y se olvidó de observar los alrededores, hasta que una mano en su espalda la sacó de su ensoñación. Al girarse ahí estaba él, con sus ojos esmeralda. Todo su cuerpo entró en tensión y su mente se quedó en blanco. De nuevo, ahí estaba ella, paralizada por la imagen de un fantasma virtual que se materializaba de la nada, del espacio oscuro que se llenaba de carácteres todas las noches. Sólo el ligero roce de unos labios ajenos y una incipiente barba sobre su rostro, sobre sus labios más específicamente, la regresaron a la realidad.
Ahí estaba él, y ella sintió que volvía el tiempo un año y medio atrás, diferente lugar, diferente rostro, pero misma situación.
Se perdieron entre la gente, se perdieron en ellos mismo, y así la tarde comenzó y con ella las posibilidades que al final del día se habían multiplicado y agonizado al mismo tiempo.
Largas horas de conversaciones extrañas y retorcidas, mostrando sus más delirantes demonios ocultos, buscando ahuyentar al otro, para así no albergar la esperanza del fin de la agonía en solitario.
Sin embargo, las palabras no fueron suficientes, las carnes se gritaban entre sí, se reconocían, se hechaban en falta, y las lenguas comenzaron a hablar un lenguaje que sólo comprende quien ha necesitado el roce ajeno con la premura que el sediento apura el vaso de agua.
Remolinos giraron en su cabeza, y demonios agitaban sus entrañas, aún así, ella cedió, dejó la puerta abierta y el llenó cada uno de sus espacios, de sus supiros, de sus dudas, de sus silencios y de sus inviernos.
LLegó anunciando tiempos nuevos, primaveras, veranos y hasta otoños.
Las horas pasaron mientras ella intentaba memorizar cada defecto y cada falla que él intentaba ocultar.
Fingió que el abismo que crecía en medio de la cama de motel que representaba su futuro, no existía. Más esa vocecilla le gritaba cada vez más desesperada, y ella sólo decidió ignorarla.
Su cuerpo le sabía a sal y a sueños que ya se habían olvidado.
Su rostro dibujaba palabras que ella había dejado guardadas en un cajoncito bajo llave.
Su sexo le sabía dulce, y emanaba el calor necesario para derretir el hielo que el tiempo había instalado en su cuerpo.
Entonces todo fue diferente, sintió como cada parte de su cuerpo despertaba de un largo letargo en que un mal recuerdo la había sumido 18 meses antes.
Ya nada le recordaba el terrible mes de Abril perdido en un armario con fantasmas y esencias atrapadas en las sábanas.
Pensaba que esa tarde habría de encontrarlo a él, sin embargo, se encontró así misma.
Cada una de sus extremidades recobró la capacidad de sentir, de tocar, de gozar.
Volvió su rostro al espejo que la miraba desde el techo, y se vio así misma, bella, viva, cachonda, ella.
El calor inundo su cuerpo, su sexo primero, sus piernas, sus estómago, sus senos, sus mejillas, su cabeza. Se perdió en el fuego que le quemaba la piel, que le llebaba hasta las cenizas, para renacer una nueva ella.
Después de tres, diez, cien, incontables orgasmos, abrió los ojos. Comprendió que él no estaba, no era más que una invención que ella misma había creado, una excusa, o quizá siguiera dormido a su lado, eso ya no importaba.
Cuando despertó a su lado, sólo yacía un pequeño tulipán azul.
Sonrió para sí misma.

Mi conciencia grita, dentro de mi cráneo, grita por ti.
Tú voz resuena como eco y eso sólo empeora mis propios gritos. Ni la música a todo volumen que sale por mis audífonos puede acallar los gritos.
Mis tripas se retuercen por ti, el hueco crece, se come lo poco que queda y yo intentando saciarlo a toda costa, devorando hasta el último suspiro.
Cada alarma salta ante el más mínimo indicio de tu presencia. Sé que no eres bueno para mi. No hasta que éste manojo en el que me he convertido tenga sentido.
Tú rostro cambia, tu voz cambia, tu nombre cambia, pero sigues siendo tú, siempre tú. Ese que se cruzó conmigo cuando era tan sólo una idea no concebida aún.
¿Cómo alejarme de lo que me es inherente?
Estas ahí y cada camino me lleva a ti, a cada una de tus facetas y todas me gustan, y me torturo por ello.
No es el destino, es sólo lo inevitable, tu y yo, porque no hay nada en él mundo que pueda soportar nuestras penas más que el otro.
No lucharé, no pelearé más, dejaré que me lleve la corriente al final, a ti. Y mientras disfrutaré de los tropiezos en las orillas de otras penas y otros brazos y otros sexos, y en cada una de tus imperfecciones encarnadas en otros tú, sin rendirme al vacío, sin remordimiento, sin pena y quizá, sin gloria.

Otra canción de cuna

 Esta es una canción de cuna  que cantaba mamá, donde no existen las hadas y no se debe gritar. Este era un niño muy triste que no quería vo...