5.30.2015

A su recuerdo.

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No  quiero olvidarle. Cierro los ojos y por más grande que sea mi esfuerzo, los detalles de su rostro se me presentan borrosos, poco nítidos; como si le viese a través de un cristal sucio. Pienso en aquellas características que le hacían quien era, pero no estoy segura de si le hago justicia o es el hecho de embellecer su recuerdo lo que me mueve. Ha pasado poco más de un mes sin volver a ver su rostro, oler su perfume o escuchar su voz y siento como si hubieran pasado décadas, siglos, todo el tiempo del mundo. Ni siquiera los dos años que viví lejos me parecieron tan pesados.

Anoche le volví a soñar, esta vez volví a ser conciente en mi sueño de que ya había fallecido y de nuevo lloré como en mi más tierna infancia. Le quería cerca, le quería rodeando mi cuerpo, protegiéndome como siempre, a su manera, lo hizo. 

En la mañanas siguientes a esos sueños es más difícil mover el cuerpo, no queda energía siquiera para abrir los ojos; energía, necesidad o deseo. En esas mañanas sólo quisiera yacer todo el día, perdiendo las horas y la existencia. Sé que no le haría ningún honor a su recuerdo, a su persona y es lo que me mueve a levantarme e iniciar el día. No ayuda mucho que no haya una razón de peso para salir de la cama: No tengo empleo que me urja en las mañanas, pareja o hijos que necesiten de mi para iniciar su día. No, nadie. Si no fuera por mi perro, nadie realmente necesitaría de mi para seguir adelante, al menos no como yo le necesito todos los días.

Hace unos días caminaba por la cocina y me pareció reconocer su olor, el olor de su aliento; sé que mi cerebro me engaña; no creo en esas cosas y aún si lo creyera, no tendría razón alguna para seguir vagando por aquí.
Con su partida, ha muerto una gran parte de mi. Gracias a su dolor sigo con vida: hace un año cuando el cáncer estaba en su peor momento y yo había decidido dejar todo y morir en paz; fueron sus lágrimas las que me hicieron seguir adelante, tragarme mi propio llanto, mi dolor y mi desesperación; todo por no verle sufrir, porque en el fondo su esperanza fuera suficiente para sacarnos adelante… y así fue. Hoy sigo con vida, yo que no tenía nada a qué quedarme. Eso me enoja, me enfurece, ¿Por qué me ha hecho esto?, ¿Por qué me hizo quedarme para irse sólo un par de meses después de que me declararan en remisión?. La vida simplemente no es justa. 

Se ha ido y una conexión con el mundo también. No sé como ser parte de la vida de las personas, es como si se hubiera roto un lazo fino que me ataba con la vida, con la realidad. Con su muerte, es como si hubiera perdido el rumbo y las razones de seguir, he perdido el ancla que me mantenía aquí; voy flotando por los días, así sin más. 

No quiero que su muerte haya sido en vano, pues son conciente de que mi enfermedad le robó años de vida. Quisiera vivir cada al máximo en su memoria, pero no sé cómo. A veces sólo quisiera morir, si, haber muerto en su lugar. Alguien tan preciado tendría que seguir con vida, alguien a quien se le necesita tanto y se le ama aún más. 

Ni cuando me dijeron que tenía cáncer pregunté al cielo porqué, hoy sí lo hago: ¿Por qué tendría que morir?, aún era joven, tenía sueños, esperanzas y planes, incluso más que yo. Sé que no quería morir, estando a su lado y viendo su rostro pude darme cuenta de que ni siquiera veía a la muerte como una opción, estaba luchando con todas sus fuerzas. Me fue arrebatado de mis brazos lo más precioso de mi vida, y no pude hacer nada. De nada valieron mis llantos, mis gritos ni mis súplicas, no hubo quien escuchara. Y sigo sin perdonarme que mis últimas palabras hayan sido “Trata de dormir, descansa”. No me fue permitido ni si quiera un “Te amo”. 

Así que no, no puedo creer que exista un Dios que sea capaz de inflingir tanto dolor en una persona sólo para mostrar su fortaleza, porque de ser así, Dios es un hijo de puta muy sádico que ha disfrutado de torturarme toda mi vida y no descansara hasta que me lleve a la locura, lo cual, no está lejos. 

Aún me niego a aceptar que se ha ido, incluso en mis sueños más angustiantes donde le veo tocarse el pecho al tiempo que su rostro dibuja un rictus de dolor. Me digo que no es posible el tiempo que mi cabeza se mueve de forma negativa en automático. 

No quiero olvidarle, aún así lo más elemental de su persona elude mi recuerdo: su rostro serio, su sonrisa arqueada hacia abajo, su olor sutil, su voz. 

Que me perdone la vida, pero ya no quiero vivirla pues ya no tiene sentido. Que me perdone la gente que aun queda que me guarda algo de cariño, pero ninguno es lo suficiente en mi corazón para desear quedarme. 

Hoy no es domingo, no lo fue ayer ni lo será mañana, aún así ya ningún día me doy cuerda.


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 Esta es una canción de cuna  que cantaba mamá, donde no existen las hadas y no se debe gritar. Este era un niño muy triste que no quería vo...