8.11.2011

Día catorce: La danza del búho

El olor a tierra húmeda invadía mis sentidos, podía sentir como el sudor recorría mi nuca, me dolían los ojos por la presión de la pañoleta y el ruido de mi respiración era tan fuerte que lastimaba mis oídos. Sus pasos eran lentos pero decididos, recorríamos la noche sin penuria a pesar de lo escarpado del terreno, él no parecía resentir ni el frío de la noche, ni el peso de mi cuerpo sobre su espalda. Aún sigo preguntándome cómo me encontró, después de huir de él toda mi vida, aún no sé como supo hallarme, si ni siquiera yo tenía la certeza de saber en donde estaba. Llegamos a un llano, o al menos eso me pareció, pues ya no escuché el crujir de sus botas en la hierba, se detuvo y me dejó caer sin remordimiento, mi cuerpo golpeó el suelo seco y la tierra invadió mis pulmones, me costaba trabajo respirar, de un patada me pudo sobre mi espalda, mis manos atadas me lastimaban la columna, yo ni siquiera podía llorar, no alcanzaba a comprender cómo es que había llegado ahí, cuando tan sólo unas horas antes todo parecía por fin estar bien. Su mano helada y áspera en mi muslo me sacó de mis cavilaciones, comencé a llorar. a suplicar, a rogar sin saber bien por qué, aún no sé bien que es lo que pedía: que me dejara libre, que perdonara la vida o que de una vez terminara con todo, aún no lo sé. Me quitó la pañoleta y me miró con extrañeza, como si en verdad no supiera que se iba a encontrar. sus ojos negros me miraron fijamente, la luna detrás de él lucia hermosa, plena, único testigo, último recuerdo.
Me tomó por el cuello y me comenzó a sacudir, más que con odio o coraje, fue con curiosidad, como si quisiera saber cuanto podía resistir, era como un niño con una muñeca en sus manos, me acomodaba el cabello para después volverme a sacudir con violencia, después de un rato se cansó, me tiro al piso y se perdió entre los árboles, en ese momento ya no sabía de mi, simplemente ya no entendía nada, lloraba por impulso, ya no entendía qué hacía o dónde estaba. Después de un tiempo que se me antojó imposible regreso, parecía furioso, encendió una fogata a un lado mío que me quemaba el pecho por su proximidad.
Se sentó frente a mi y pude ver como se perdía poco a poco en sus pensamientos, su mirada perdida, sus ojos fijos en la fogata y en mi detrás de ella. De pronto reaccionó como si recordara súbitamente donde estaba y que tenía que hacer, sacó de la maleta que traía consigo un picahielo, perturbantemente limpio que brillaba con la luz de la fogata. Con determinación se acercó hasta mi, me tomo por el cuello y comenzó a pasarme la filosa punta por el cuerpo, tan suavemente que parecía más una caricia que otra cosa, mientras tarareaba una canción lenta y triste, tan despacio, tan quedo que casi parecía un lamento, un quejido, un llanto ahogado. Cerró los ojos para entonar la última parte, para deleitarse en el recuerdo y el dolor, y fue entonces cuando tuve pavor, cuando comprendí todo, cuando pude reconocer la tonada, una canción de cuna que yo conocía muy bien, la última estrofa trajo consigo una avalancha de imágenes que se agolpaban en mi cabeza, todas y cada una le dio sentido a la escena, tuve miedo porque sabía que iba a pasar, sabía que lo merecía y casi suplicaba por que lo hiciera. La primera estocada fue en mi muslo, lo hizo rápido, casi no sentí cuando el picahielo se abrió paso entre mi piel, mi carne, fue hasta que llegó al hueso y lo rompió con un fuerte sonido que aullé de dolor, sacó el picahielo y la siguiente estocada fue en el abdomen pero esta vez se tomó su tiempo, lo hundió tan lentamente que pude escuchar mi piel rasgándose, está vez no grité, sólo pude apretar los dientes y los ojos, me permití sentir cada punzante sensación de dolor, me permití disfrutarlo, me permití lavar mis pecados en ello, por fin aquello que tantos años atrás había querido olvidar y que me había llevado a olvidarme casi de todo, incluso de mi, por fin aquello iba a ser expiado de mi alma, al fin iba a descansar y a merecerlo el paraíso. Iba a morir en manos de mi justiciero y estaba bien, era lo justo, lo tenía merecido por lo que le había hecho tanto años atrás, eso pensaba y estaba feliz, cuando el pareció arrepentirse, sacó el picahielo como si de pronto tomara consciencia de lo que estaba haciendo, me miró con odio, con rabia, me tiro al piso y sentó encima de mi, extendió el picahielo hacía el fuego hasta que este se tornó rojo, lo miró con anticipado placer y sonrío, yo simplemente no entendía que estaba pasando, comencé a llorar y a suplicar de nuevo, está vez pedía la muerte, pero él tenía otros planes; acercó hasta mi rostro el picahielo, aún encendido, y poco a poco lo hundió en mi ojo derecho, el dolor fue inenarrable, un aullido largo y gutural nació en mi garganta y rompió la paz de aquel lugar, él comenzó a carcajearse. su risa igualaba en intensidad y demencia a mis gritos; sacó su herramienta de mis rostro, sólo para sumirlo de nuevo, está vez en mi otro ojo, y nuevamente ese dolor que me quemaba hasta las entrañas se apoderó de mi, ya no podía gritar, no me podía mover, me tenía cual presa a su merced, sus carcajadas no cesaban, por el contrario, crecían mientras mis llantos se apagaban, estaba exhausta, moribunda, poco a poco fui cayendo en la inconsciencia, hasta que la oscuridad total me absorbió.
No sé cuanto tiempo pasó, cuando volví en mi la negrura era todo lo que me rodeaba, al darme cuenta de ello, caí presa de la desesperación, corrí sin saber a dónde, caí de bruces al toparme con una pared de madera, comencé a llorar a gritar, me senté en el piso y fue cuando me di cuenta de que estaba desnuda y un grillete adornaba mi cuello, estaba encadenada de un poste en medio de la habitación. Perdí la noción del tiempo, sólo las pisadas que conocía bien pudieron sacarme de mi estupor. Se detuvo frente a mi y soltó la sentencia definitiva:

-Te perdono, ella ya no está gracias a ti, sé que no querías arrebatármela, pero la cosa es que no puedes quedarte así sin más, tienes que aprender una lección, y por eso te quedarás aquí. Jamás la podrás reemplazar, pero por eso tendrás que esforzarte mucho para poder complacerme y ser una buen hija, sé que tendré que enseñarte. Ahora ven, abre bien la boca y más te vale que no me muerdas.-

Gateé hasta él e hice lo que me pidió, cuando su miembro flácido entró en mi garganta tuve que aguantar las arcadas y comencé a llorar, me arrepentí de aquella noche, en que desquité mi frustración en una niña indefensa, me arrepentí de haberme enamorado de mi jefe, me arrepentí de haber intentado seducirlo, de haberme atrevido a confesarle mi atracción y que me hubiera rechazado, me arrepentí de haberme desquitado con su hija, si hubiera sabido que esa noche iba a marcar mi vida, jamás hubiera ido a esa casa, jamás la hubiera aventado contra la cama, a una niña de tan sólo cinco años, le arrebaté la vida.
No sé cuánto tiempo ha pasado desde que estoy aquí, mi cordura hace mucho tiempo que se fue, junto con mi dignidad, y ahora entiendo que no hay planes divinos, no hay Dios que guíe mis pasos, ahora entiendo que estoy sola y que la vida no es más que un albur. Hasta ahora entiendo que para salvar a una niña de un cruel destino, tuve que matarla y tomar su lugar.

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