“Me miraste a
lo ojos, pude descubrir el rencor durante años guardado, todos los reproches
que guardabas, las dudas que por las noches no te dejaban dormir, los insultos
que gritaste en la cabeza en cada una de nuestras peleas.”
Esa noche comenzó como cualquier otra, ambos
sentados en el viejo sofá que encontramos en la calle, veíamos esa serie que
nos hacia reír a carcajadas cuando nos conocimos, pero que ahora veíamos por
costumbre, a lo mucho una pequeña mueca sacaba de tus labios. Lo dije mientras
la chica enseñaba su trasero al pobre anciano, igual que cada capitulo, lo
escupí como un gargajo que tuviera atorado en la garganta. No hiciste ningún
movimiento, te quedaste mudo, como si fueras de piedra, una estatua inerte a un
lado mío, sin corazón, sin coraje, sin dolor. En ese momento te desprecié, me
diste asco, te odié y justifiqué mis acciones. Tomaste el control y apagaste la
tele, nos quedamos a oscuras. Pasaron los minutos lentamente, me parecía que
llevábamos horas así, días, toda una vida.
Cerré los ojos y me puse de pie, un jalón
violento de mi mano me hizo perder el control y caí de nuevo al sofá, te
abalanzaste sobre mi, me besaste a la fuerza, metiste con violencia tu lengua
en mi boca. Trataba de quitarte de encima pero era imposible, tus manos me
sumieron en el sillón con una fuerza que no te conocía. Me rompiste el escote
de la blusa al tratar de tomar mis tetas, yo te gritaba groserías y ofensas y
tu sólo me manoseabas. Me quitaste los calzones por debajo de la falda, te
abriste el cierre y te sacaste el pito, me abriste de piernas y te descuidaste
un momento, fue cuando te pude morder la oreja, lo hice tan fuerte que un sabor
salado invadió mi boca: te hice sangrar, aullaste de dolor y me diste un golpe
tan brutal que me hizo caer el suelo con el labio reventado.
Tirada en el piso, con los ojos vidriosos murmure
casi para mi - perdón –
Te sentaste en el sofá y pude ver como tu pene
comenzaba a ponerse flácido. Me miraste directo a los ojos y fue cuando me di
cuenta de todo el sufrimiento y el odio que sentías. Me puse de pie, aun con la
mano en el labio.
Me pare frente a ti y lo solté -me voy-.
Te aferraste a mi, con tus manos rodeaste mi
trasero, tu cabeza en mi pubis, y comenzaste a llorar, me di cuenta porque pude
sentir la humedad hasta mi ropa interior.
- Me
voy- repetí.
Me empujaste con fuerza y de nuevo caí al suelo,
esta vez mis nalgas resonaron con fuerza en el piso de madera; comencé a
llorar, te amaba demasiado, pero ya no te soportaba, me asfixiaba tu cercanía,
la casa, tu amor.
Te levantaste, caminaste hacia mi tan decidido,
tan enojado que tuve miedo, por primera vez en mi vida tuve miedo, pensé que me
pegarías; te arrodillaste a un lado mío, tomaste mi rostro con delicadeza, me
susurraste al oído la cruel sentencia de mi castigo y una vez más empujaste mi
cabeza con tanta fuerza que el golpe me embruteció durante minutos, te montaste
encima mío, me terminaste de romper la blusa, me lamías las tetas con furia,
con coraje, me lastimabas, tu pito comenzó a ponerse duro de nuevo, lo sentía
mientras me frotabas las piernas con él, intente darte una patada en los
huevos, pero fallé. Seguía aturdida, me penetraste con furia, me dolía, yo no
estaba lubricada, te diste cuenta y te saliste de mi. Te pusiste de pie, me
levantaste con ternura y me llevaste hasta la recamara, a nuestra cama.
Me terminaste de quitar la blusa rota, la falda y
te desvestiste, te recostaste junto a mi, yo sólo lloraba, con el dedo meñique
comenzaste a juguetear con mis bellos púbicos, me hacías cosquillas, me
comenzaste a lamer las tetas con cuidado, rozándome el pezón, justo como sabias
que me volvía loca, tu dedo meñique comenzó a acariciar mi clítoris y toda mi
vulva, me excité. Te montaste encima mío nuevamente y me penetraste, esta vez
diferente, con pasión, con ese ritmo de cadera que tantos orgasmos me había
provocado en el pasado. Disfrute cada minuto de esa cogida, cada embestida de
tu verga dura, tu sudor caía sobre mi cara, sabía salado, te besé el cuello, te
lamí las orejas, te arañe la espalda.
Cuando creíste inminente tu explosión detuviste
tu movimiento, nunca te gustó terminar antes que yo, te saliste con mucho
cuidado de mi, tu cabeza fue bajando lentamente, tu lengua fue dejando un
camino de baba desde mi cuello hasta mi pubis, cuando sentí tu lengua húmeda en
mi clítoris me estremecí, hacia tanto que no lo hacías, casi había olvidado lo
bueno que eras.
Con pocos movimientos tuyos estaba lista para
venirme, te diste cuenta y te apresuraste a penetrarme de nuevo, siempre
tuviste la idea de que terminar juntos era un acto de amor, y así fue, terminamos
al mismo tiempo, un orgasmo tan fuerte y tan placentero como pocos habíamos
tenido, sólo que éste tenía el sabor agridulce de la despedida.
Tu cuerpo cayó pesadamente sobre el mío, parecías
muerto, por un momento dude de si aun vivías, solo tu respiración dificultosa
me decía lo contrario, después de unos minutos me susurraste algo, muy bajito,
casi inaudible, después caíste dormido.
Me dolió, pensé que tu orgullo, que tu amor
propio, que tu dignidad, no te permitirían decir esas palabras.
No fue así - no te vayas- fue lo ultimo que
escuche de ti.
Con cuidado te hice rodar a un lado de la cama,
me puse de pie, me metí a la ducha muy a pesar mío, quería llevarme en la piel
tu olor, quería guardar lo más que se pudiera las huellas y el recuerdo de
nuestro último encuentro, pero salir en taxi a esas horas oliendo a sexo no era
lo mas inteligente. Me bañe rápido, me vestí sin hacer ruido, a oscuras, mis
cosas ya estaban listas.
Al salir tropecé con la mesita donde poníamos las
llaves, como muchas otras veces, por un momento pensé que te había despertado,
pero el silencio que reinaba en la casa me dijo que seguías dormido. Salí sin
mirar atrás, tal vez no pudiera hacerlo si me detenía a pensar en cada recuerdo
que dejaba. Afuera, caminé hasta la esquina, tomé un taxi de sitio, le di la
dirección de mi hermana, no me quería ir con él directamente, aun sentía que te
estaba traicionando.
No pude evitar llorar todo el trayecto - ¿está
bien “señito”?- me preguntó el taxista, solo atine a mover la cabeza
afirmativamente, el resto del camino siguió en silencio.
Al llegar al departamento de mi hermana, ella ya
estaba esperándome en la puerta, se podía ver su cara de preocupación.
Pagué al taxista -¡no tengo cambio señito!- me
dijo mirándome las tetas cuando me bajaba del taxi -quédese con el cambio-,
tome mi pequeña maleta, (en que poco espacio cabían los últimos años de mi
vida) y bajé.
Me abracé a mi hermana y lloré, me sentía mal, me
sentía herida, no habías hecho nada para detenerme, no me dijiste que me
amabas, no me prohibiste que saliera de la casa, -¡no te vayas!- fue lo único
que dijiste y te quedaste dormido.
Mi hermana trató de consolarme, pero era
imposible, le dije que quería estar sola, entramos, ella quería conversar pero
inmediatamente me encerré en la recámara de mi sobrina, puse el seguro y me
tiré en la cama, afortunadamente la niña estaba de vacaciones en casa de su
padre.
No sé a que hora me venció el sueño, estaba
amaneciendo. Me desperté ya bien entrada la tarde. El rancio sabor de mi boca
me hizo saber que había pasado varias horas dormida. Salí de la habitación,
tenía los ojos hinchados, casi no podía ver, no había nadie, fui a la cocina y
me hice un café. Me senté en silencio en la mesa, pasaron horas, la luz se fue
poco a poco y me quede ahí, sentada en la oscuridad, tenía ganas de salir
corriendo, de regresar a casa, decirte que todo había sido un error, que no me
quería ir de tu lado, quería besarte, abrazarte, escuchar tu voz, olerte; pero
no hice nada, me quede ahí.
Cuando el sol se había ocultado por completo,
escuché la cerradura, era mi hermana, la escuche moviéndose por la casa, buscándome
seguramente, pero ni siquiera pude abrir la boca para decirle que estaba esperándola
petrificada en la cocina. Después de buscar en varios cuartos llegó hasta mi,
prendió la luz y pude ver su rostro de sorpresa al verme sentada, supongo que
con cara de idiota.
Se sentó enfrente de mi, jugaba con las llaves y
se veía las manos, estaba nerviosa, algo se me encajó en el pecho.
-Esta mañana ha sonado el teléfono, era él-, me
dijo esperando una reacción de mi parte, no dije nada.
-Me ha pedido que vaya por lo que restaba de tus
cosas-, seguí en completo silencio, ella titubeo antes de seguir, se notaba más
nerviosa que al principio y eso que sentía en el corazón se encajaba aún más.
-Cuando llegué la puerta estaba abierta-, me miró,
pude leer en sus ojos que las cosas se estaban yendo a la fregada.
-Estaba en la recámara, acostado...- se detuvo,
me miró, con la mirada le pedí que siguiera.
-Pensé que estaba dormido, me senté a un lado de
él y fue cuando le toqué el brazo que me di cuenta...-, me miro con los ojos
lloroso y no pude evitar comenzar a llorar también, pero no moví un ápice de mi
persona.
-...estaba
muerto.-
Mis ojos se nublaron por completo, seguí inmóvil.
-He tenido que llamar a su madre,- la voz se le
terminó por quebrar, ella también lloraba.
-Me ha dicho que será ella la que se encargue de
todo, no quiere trámites engorrosos, es claro que ha sido él mismo, a ti no te
quiere ver, ni siquiera volver a saber de ti, no quiere que te presentes al
funeral, ni siquiera me ha dicho donde planea enterrarlo.-
"En el Sagrado Corazón" pensé,
"donde está su abuelo", pero no dije nada, seguí llorando en
silencio, ella intentó decirme algo, pero se contuvo, estuvo unos minutos en
silencio también, pero el peso era demasiado, no se podía respirar en aquella
habitación, que cada vez se hacia más pequeña.
Se puso de pie, y dio media vuelta, pero antes de
salir se detuvo, saco algo de la bolsa de su pantalón.
-Encontré esto a su lado, no he dicho a su madre,
aunque no lleva nombre, imagino que es para ti- puso el sobre en la mesa y se
fue a su recamara, pude escuchar cuando ponía el seguro.
Estuve inmóvil durante lo que me parecieron
horas, llorando en silencio, no me atrevía a tomar aquel sobre. Después de
mirarlo por horas, lo tomé, me lo llevé al rostro, quería sentir tu piel, pero
era sólo un pedazo de papel; no sé si fue mi imaginación o mi deseo, pero me
pareció reconocer tu olor en el sobre, por fin me decidí a abrirlo, las líneas
eran cortas, claras, eran para mi.
"Esta noche he sentido el fuerte deseo de
atarte a la cama y no dejarte partir, de obligarte a permanecer a mi lado, he
querido hacerte cumplir la promesa que me hiciste de amarme por siempre, he
querido decirte cuanto te amo y te necesito, pero no he tenido el valor, el
miedo me ha paralizado incluso al escuchar como te preparas para partir, ni
siquiera ese ultimo obstáculo que fue al salir me ha dado el valor necesario para
ponerme de pie y detenerte. Te amo, pero he comprendido que hay historias que
comienzan contigo y terminan sin ti, lo he comprendido bien, pero no lo acepto,
no quiero seguir viviendo esta historia sin tu presencia... se feliz."
Ahora que termino de leer la carta por décima u
onceava vez, no sé qué hacer con ella, no sé qué hacer conmigo, no sé qué hacer
con éste amor, tampoco quiero vivir mi historia sin ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario