4.02.2009

La puerta

Still there?...Preguntó pero no hubo respuesta. Se giró lentamente esperando encontrarlo aún de pie en el marco de la puerta. Esperó encontrarlo con los ojos llorosos. Suplicó que al terminar de girarse él corriera a abrazarla, la consolara, le dijera que no había pasado nada. Rogó a todos los Dioses que conocía, porque él dijera que todo había sido una broma, que la amaba como nunca, que su historia juntos apenas empezaba. Se giró demasiado lento, tanto que aquello le pareció irreal; era como un mal sueño. Tal vez al terminar de dar la vuelta despertaría y ambos descansarían abrazados en la cama. Y mientras se giraba la pregunta que acababa de decir resonaba en su cabeza. Aún flotaba en el aire el sonido de su voz y su corazón se iba helando; su respiración se detuvo. Aún no había respuesta. Cerró los ojos en un último intento evasivo. Estaba ya de pie frente a la puerta. Todo su ser se paralizo. Still there! Se repetía para sus adentros una y otra vez. Apretó la mandíbula, sus ojos comenzaron a llover, luchaba con el deseo, el deseo de muchas cosas. Abrió los ojos, su llanto no le permitía ver con claridad; se limpio el rostro; estaba sola...
Llevaba los puños cerrados, se sentía imponente;  no la soportaba más, los últimos meses habían sido los peores de su vida. Tener que estar siempre al pendiente de sus necesidades, de sus sentimientos, de su frágil equilibrio emocional. Al principio eso le había enamorado, pero ya no podía más, necesitaba respirar, necesitaba independencia; necesitaba dejar de cuidarla, la aborrecía por eso, por todo, pero lo que menos soportaba era su llanto; ese llanto chantajista que le hacía miserable, culpable, que lo desarmaba, que le impedía reprocharle nada. Su llanto era tan profundo, tan miserable, tan lleno de pena, de súplica, que él simplemente no podía contra eso. Caminaba rápidamente, quería dejar todo atrás, dejarla a ella, pero aún podía escuchar su llanto, sentía su tristeza, su desvalidez. Su paso se fue deteniendo, sus puños se soltaron, su cuerpo le dolía, su ser le dolía, su pecho le dolía, su mente, su cerebro; solo podía escuchar su llanto. Poco a poco se lleno de impotencia, de miedo, de culpa. Se detuvo en seco. No pudo evitar que la duda lo invadiera. Una punzada en el pecho terminó por decidir; corrió, corrió como nunca en su vida, solo quería abrazarla, decirle que la amaba, que la necesitaba aún más que ella a él, que su existencia le había hecho comprender la suya propia. Entró con desesperación,  gritaba su nombre, se detuvo en el marco de la puerta, era el último paso, el decisivo. Abrió despacio la puerta, estaba todo en silencio. Sin rastro de ella, de vida; como si nunca hubiera existido.

1 comentario:

  1. Ya sabes, eso de las presencias imaginarias se me da. Me gusta! Clap clap.

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